Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2521 de la revista ‘Caretas’.
La humanidad produce líderes de calidad muy desigual en forma apenas previsible. Hay ocasiones en las que aparece una constelación de dirigentes excepcionales, como sucedió, por ejemplo, en el campo aliado durante la Segunda Guerra Mundial. Piensen en Churchill y De Gaulle conviviendo en Londres en los tiempos de la Batalla de Inglaterra y detestándose cordialmente, sin que ello impidiera la poderosa contribución de ambos a la entonces todavía lejana victoria.
En otros casos, sin embargo, surge de improviso una promoción de peligrosos incompetentes en el mando de sus Estados y el mundo, con razón, tiembla. Ahora vivimos esa etapa.
En un ensayo publicado esta semana en el New Yorker, David Remnick, director de la revista, se inspira en la biografía de Suetonio sobre Nerón para interpretar a Donald Trump. “Caótico, corrupto, indiferente, infantil, grandioso y obsesionado con la huachafería inmobiliaria [gaudy real estate], Donald Trump posee un temperamento neroniano”, escribe Remnick, a propósito de las revelaciones del libro de Michael Wolff: “Fire and Fury: inside the Trump White House”. Temperamento neroniano, hay que añadir, con mando nuclear aunque limitado por los contrapesos de una democracia que ni siquiera un narcisismo desbocado puede ignorar.
El Hemisferio tiene ahora un deprimente trío de líderes continentales, a Trump en la Casa Blanca, a Peña Nieto en México, a Temer en Brasil.
“¿Qué abatió las dos mil libras de educación de PPK en la política nacional y las convirtió en un manual de enredos, equivocaciones, vacilaciones, sumisiones, deslealtades y mentiras?”.
Y, si se quiere el cuarteto, a PPK en el Perú.
A primera vista, uno pensaría que las diferencias entre Trump y Kuczynski son mayores que la incompetencia que los asemeja. Trump, a quien Remnick no vacila en calificar como una “amenaza a la seguridad de Estados Unidos” ha sido también descrito como un semiiletrado, a quien hay que presentarle información gráfica y no textual porque simplemente no la lee.
De PPK nadie dijo lo mismo. Hace algo más de un año Jon Lee Anderson, el gran periodista del New Yorker terminó así una impresionada descripción de Kuczynski: “Su viejo amigo, el antiguo periodista Christopher Roper, me dijo: ‘Es imposible pensar en un jefe de Estado latinoamericano de los últimos cien años que tenga la distinción intelectual, la independencia mental y la amplitud cultural de PPK’”.
“Dos mil libras de educación/abatidas por un Jezail de diez rupias”, escribió Rudyard Kipling en su celebérrima “Aritmética de la frontera” (el jezail, de paso, fue un simple y barato fusil de avancarga, usado con letal eficacia en las guerras anticoloniales afganas).
¿Qué abatió las dos mil libras de educación de PPK en la política nacional y las convirtió en un manual de enredos, equivocaciones, vacilaciones, sumisiones, deslealtades y mentiras? ¿Quién cebó la pólvora y el plomo en el jezail y lo apuntó hacia los pies del Presidente esperando que él mismo jale el gatillo?
Para mí no es una pregunta retórica. Kuczynski es, en efecto, una persona ilustrada, con una formación que trasciende la economía y que combina los libros leídos con los personajes conocidos y tratados. Es el tipo de educación que permite, por ejemplo, examinar un problema y compararlo con muchos otros casos históricos similares y con las soluciones que se encontraron o los errores que se cometieron. Mientras otros avanzan a ciegas, uno avanza con guías. Para eso, se supone que es la educación, sobre todo la de quienes se han orientado al servicio público.
Y, sin embargo, el desempeño público de Kuczynski ha sido tan deficiente como si hubiera leído menos que Trump (quien por lo menos ojea sus propios tweets) y su gestión no ha sufrido solo de un abrumador déficit de discernimiento sino de información.
No tengo una respuesta clara que explique esa enorme disonancia entre lo que sabe y lo que hace. ¿Incorporamos la deshonestidad en la ecuación (pues las mentiras descubiertas lo hacen indispensable)? Pero se trata de una deshonestidad cretina que deriva en un patente autosabotaje. ¿Qué utilidad que no sea la más inmediata y a la larga contraproducente resulta de eso? ¿Para eso buscó ser Presidente en la etapa final de su vida, cuando uno trata (o debiera tratar) de coronar su trayectoria con hechos que redondeen y confieran un sentido final honorable y significativo a la existencia?
Racionalmente no tiene sentido. Lo que deja otras alternativas de análisis, vinculadas con la disfunción antes que con la función. ¿Vale la pena adentrarse en ellas? Me parece que no. En los asuntos públicos no se juzga a alguien por lo que es (o lo que cree ser, o lo que dice ser) sino por lo que hace. Y ahora, al comenzar el 2018, sabemos bien lo que PPK ha hecho y podemos grosso modo presumir lo que hará o intentará hacer.
A diferencia de lo que se esperó en sus primeras semanas en el poder, lo que viene será gris, mediocre, carente de iniciativa, con la moneda en su valor pero con la palabra devaluada.
El nuevo gabinete de “Reconciliación” inicia sus tareas bajo un título sin significado real y sin futuro. Hace pocos días, el periodista Ghiovani Hinojosa, de La República, me preguntó, junto con otros, sobre el tema. Le dije (y pido disculpas por citarme), que “hay que definir con qué nos vamos a reconciliar. ¿Con las mentiras de Kuczynski? ¿Vamos a reconciliarnos entre sinceros y mentirosos? ¿Entre honestos y ladrones? ¿Entre memoriosos y amnésicos? […] para que haya reconciliación tiene que haber un cierto acuerdo sobre cómo se describe la realidad […], no puede haber interpretaciones completamente diferentes de la realidad. Estaríamos en una reconciliación psicótica. De otro lado, no se puede establecer una sinonimia entre reconciliación y olvido”.
Amnesia, olvido. Eso es lo que no debe suceder. El recuerdo debe ser claro y debe tener efectos y consecuencias. Eso no significa, en absoluto, que deba ser draconiano o persecutorio, pero sí justo, especialmente en admitir y premiar el arrepentimiento sincero.
Eso en cuanto al pasado. En lo que concierne al presente, hay una investigación en curso de vital importancia para la nación: Lava Jato. Ahí no hay todavía nada que reconciliar sino mucho por descubrir. Y en ese proceso de descubrimiento están comprendidos desde el presidente Kuczynski hasta todos sus predecesores vivos y sus principales rivales. Ahí, antes que la reconciliación, deberá primar la conciliación expresada en colaboraciones eficaces y delaciones premiadas.
Ojalá que este año no termine siendo el de la sacha-reconciliación sino el de la revelación plena.