Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2523 de la revista ‘Caretas’.
Frente a los obispos peruanos, el Papa decidió hablarles de política. “La política está muy en crisis, muy, muy en crisis en América Latina por corrupción”. Y en cuanto a nuestro país: “¿Qué le pasa a Perú que cuando uno deja de ser Presidente lo meten preso?”, preguntó y le contestó una carcajada breve pero sonora de los obispos, con excepción del cardenal Cipriani que mantuvo el rostro adusto.
“Humala está preso, Toledo está preso [hasta ahora, no; aunque a veces el don profético adelanta los tiempos], Fujimori estuvo preso hasta ahora, Alan García está que ‘entro, que no entro’”….
No hubiera sido fácil explicarle al Papa qué le pasa realmente al Perú que, dentro del concierto latinoamericano de corrupción política tiene a la vez una manera diferente de vivirla, encararla y encubrirla.
Somos diferentes: el Perú fue el centro de la reacción abascalina en las guerras de Independencia sudamericanas. La libertad, como tantas otras cosas, nos llegó de fuera; y, aunque aparentemente sometida, Lima hizo correr de ella tanto a San Martín como a Bolívar. Cuando fue indispensable, las mismas personas que medraban en la corte virreinal se encasquetaron el gorro frigio para una corta pero bien actuada exaltación republicana, y nada más. Los tiempos cambiaron; los genes, no.
Nuestras turbulencias refinaron un newspeak propio mucho antes de que a Orwell se le ocurriera el término. Si en todas partes ha habido demagogos, los nuestros han sido especiales: la política era una aventura cuyo empeño central era la búsqueda del tesoro disfrazada como peregrinaje por el progreso, la justicia y la virtud. Por eso los peruanos están entre los más escépticos en Latinoamérica respecto de la democracia, la seguridad, la lucha contra la corrupción. Pese a su pesimismo, la gente mantiene la esperanza y en esos períodos de celo político que son las campañas sale a entregar un voto emocionado del que poco después se decepcionará.
“Marcelo Odebrecht ha sostenido enfáticamente que ellos entregaron dinero a Toledo, que lo niega; a García, que lo niega; a Humala, que lo niega; a Kuczynski, que lo niega; a Keiko Fujimori, que lo niega”.
Nuestro país ha sido más centralista, rentista y cortesano que los demás. Tenemos por eso más gente astuta y una picaresca más sofisticada que en otros lados. Y compartimos con todos una larga historia de corrupción que demuestra a lo largo del tiempo el amplio triunfo de la impunidad.
Coincido con el Papa en cuanto a que el caso Lava Jato no es ni el único ni el mayor. Pero gracias a la extraordinaria investigación de las autoridades anticorrupción brasileñas es ahora la mejor identificada en cuanto a su alcance internacional, sus métodos y lo será en el futuro en cuanto a sus costos.
Mientras tanto, en el proceso, el caso ha evolucionado y cambiado mucho. El objetivo final de la investigación debe ser, sin duda, saber quién robó, cómo robó y cuánto robó. Pero como este no ha sido un fenómeno de mero saqueo sino de otorgamiento de lucros a cambio de sobornos, lo que se necesita verdaderamente averiguar, junto con las identidades en cada caso, es a) el monto de los sobornos; b) el nivel de lucros; c) los montos de los sobrecostos que pagará al final la gente.
Como digo, el argumento del caso ha cambiado. En 2015, luego de los inéditos y espectaculares arrestos en la etapa ‘Erga Omnes’ en Brasil, los bandos estaban claramente definidos: De un lado, los procuradores federales (fiscales) anticorrupción, la Policía Federal y los jueces federales, especialmente Sergio Moro. Del otro, los funcionarios y políticos corruptos; y las empresas constructoras acusadas, pese a su impresionante despliegue de poderío, bajo el liderazgo de Odebrecht. Aunque ya varios habían colaborado, Odebrecht se mantenía desafiante en el liderazgo de quienes negaban todo y empleaban ingentes recursos en esa negativa. En ese tiempo Odebrecht era, sin duda, el enemigo principal.
Un año después, en la segunda parte de 2016, Odebrecht capituló y pidió acogerse a esa forma de colaboración eficaz con esteroides que es la delación premiada. Como había llegado tarde al proceso, estaba obligada a entregar más y mejor información que sus predecesores. Y lo hizo con una iniciativa sorprendente: ofreció una delación corporativa organizada luego de haber negociado simultáneamente con las autoridades brasileñas, estadounidenses y suizas; y de haber aceptado, junto con la delación, las profundas reformas empresariales que, antes que ellos, han llevado a cabo corporaciones como Siemens, que aceptaron multas, sanciones, despidos y radicales modificaciones en la cultura corporativa para no ser cerradas. A eso se comprometió Odebrecht a la par que iniciaba sus masivas confesiones en Brasil.
Pocas veces se clavó tanto hielo en tantos exaltados espinazos latinoamericanos como con la noticia de la delación corporativa de Odebrecht. En México, El Salvador, la República Dominicana, Panamá, Venezuela, Colombia, Ecuador, Uruguay, Argentina… y por supuesto en el Perú.
Aquí se alertaron todos y se prepararon, unos menos y otros mucho más. ¿Quiénes podían estar comprometidos? Los que gobernaron el Perú (desde los 80 del siglo pasado, pero especialmente en el siglo XXI) y los socios de Odebrecht. ¿Quiénes de ese grupo recibieron dinero de Odebrecht? Todos. ¿Quiénes mintieron al respecto? Todos ¿Quiénes controlan la investigación? Ellos, en el Legislativo y Ejecutivo; y algunos de ellos con importante influencia judicial y fiscal.
Marcelo Odebrecht ha sostenido enfáticamente que su compañía entregó dinero a Toledo, que lo niega; a García, que lo niega; a Humala, que lo niega; a Kuczynski, que lo niega; a Keiko Fujimori, que lo niega. Cada uno de ellos moviliza recursos para tratar que su negativa prevalezca.
En el Congreso, la Comisión Lava Jato es presidida por una colaboradora cercana de Keiko Fujimori; y cuenta con la participación activa de un defensor a rajatabla de Alan García; y con partidarios de PPK. Su objetivo es que les caiga la culpa a otros pero no a sus jefes. Un instrumento de investigación termina como herramienta de impunidad.
El Ejecutivo, bajo la presidencia de PPK, promulgó el Decreto de Urgencia 003, que señalaba como blanco prioritario de sus medidas punitivas a las empresas que, “directamente o a través de sus representantes, hubiesen admitido y/o reconocido la comisión de cualquiera de los delitos antes descritos ante alguna autoridad nacional o extranjera competente”.
Es decir, contra la única empresa que ha confesado en el Perú, que es Odebrecht [OAS, que pensaba hacerlo, se desanimó en cuanto vio lo que pasaba con aquella].
Así, mientras la pobre y sesgada información convencional daba a entender que las autoridades perseguían con severidad a la que fue una hiper corruptora empresa, en los hechos la situación era virtualmente opuesta.
Desde fines de 2016, se persiguió aquí a Odebrecht por haber confesado, no por haber sobornado.
Los papeles y los roles han cambiado por completo. Hoy Odebrecht colabora con la justicia. Eso lo entienden claramente en Brasil los jueces y fiscales. Tanto el juez Sergio Moro como el ex procurador general de Brasil, Rodrigo Janot, se han pronunciado con claridad en ese sentido. No solo eso: en Brasil Odebrecht ha ganado su primera licitación postconfesión y reforma interna: la de la Termoeléctrica de Santa Cruz, en Rio de Janeiro.
Aquí, la única sancionada por el Ejecutivo ha sido Odebrecht, con medidas destinadas a quebrarla. Todas tomadas luego del inicio de las confesiones, cuyo proceso, como se sabe, está en curso.
Aunque, a la luz de la historia, no sea fácil de comprenderlo, Odebrecht ahora es una protagonista importante de la lucha anticorrupción, gracias a la revelación cumulativa de sus delaciones. Frente a ella están, en el Ejecutivo y Legislativo, (y parcialmente en fiscalías y juzgados), quienes quieren impedir que las investigaciones los denuncien con mayor detalle y terminen enriqueciendo aún más el comentario del Papa sobre los presidentes que entran o entrarán a la cárcel al salir del Gobierno. Ahora ya sabe por qué.