Por esas casualidades que llaman la atención, en una de mis últimas visitas a Lima me encontré, claro que en diferentes espacios, con dos de los protagonistas de mi novela Desde el Valle de las Esmeraldas (Estruendomudo, 2011). Creo que ninguno de ellos lo sabe.
El primero, fue uno de mis instructores en la Escuela Militar y por un asunto administrativo y de olvido tuvo la rara mala suerte de combatir tres años seguidos en la zona de emergencia durante los años noventa, sobreviviendo a veintenas de emboscadas, enfrentamientos y hasta envenenamientos. Sus clases sobre contraterrorismo eran un cúmulo de experiencias sobre qué hacer y qué no hacer cuando nos tocara el momento de combatir y nos servía para preguntarnos si tendríamos aquella capacidad que parecía implícita en su aire mestizo y voz arisca, de sobrevivir y regresar enteros a nuestras casas.
Años después, conocí al hombre de la esquina rival: el Jaguar. Había sido un mando importante en los mejores años de Sendero Luminoso en el Alto Huallaga y ejecutor de las emboscadas más violentas que uno pudiera imaginarse. Incluso en una de estas, la cantidad de explosivos para destruir un vehículo Unimog fue tanta, que la pierna de un soldado voló por los aires y lo golpeó en la cabeza. Mi interés por hablar con Jaguar radicaba en saber por qué un grupo de hombres puede lanzar una ofensiva tan demencial contra el estado. ¿Era simplemente la idea de arreglar el mundo? ¿Pelear simplemente por pelear?
Jaguar camina libre por las calles gracias a que en su momento, se acogió a la ley de arrepentimiento. Pero su rendición no fue gratuita. Dos oficiales –un policía y un militar— unieron su ingenio para capturarlo. Se hicieron pasar por periodistas de Frecuencia Latina y lograron que les conceda una entrevista en un paraje desolado de la selva de San Martín. En plena “entrevista”, Jaguar descubrió que había sido engañado y se sintió perdido, al alcance de los dos oficiales. Entonces uno de estos le dijo:
— Jaguar, la guerra terminó, el equilibrio estratégico no se va a dar…
— Mentira. Es solo “un recodo en el camino”, sostuvo él, adoctrinado por la dirección senderista que excusaba así la caída de su líder máximo, Abimael Guzmán.
— Mira, toma este papel. Está mi número de celular. No te voy a capturar, ni disparar. Piénsalo. Ríndete. Quizás tengas una oportunidad en la vida.
La acción de los dos oficiales desubicó al senderista. Su primera reacción fue hacerse una autocrítica “por haber puesto en peligro al Partido”; sin embargo, paulatinamente fue cediendo a la tentación del ofrecimiento. El cansancio de una campaña sinfín comenzaba a hacer mella en su convicción ideológica. Una mañana, en las afueras de un pequeño poblado, oyó una canción de Aguamarina y decidió entregarse.
Fue incluido en la patrulla de los dos oficiales y gracias a él se pudo recuperar tal cantidad de armamento y munición, que se llenó una cancha de fútbol. He visto las fotografías de este impresionante arsenal. A sus captores les sorprendía que al pasar por ciertas poblaciones, la gente –que no sabía de su cambio de bando– lo recibiera mejor que a ellos mismos. Las mujeres se ponían a llorar al enterarse por boca del mismo Jaguar que la guerra estaba llegando a su fin.
Al final, los tres personajes hicieron tanta amistad, que por muchos años pasaron las fiestas navideñas juntos, en familia.
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Mi interrogante para el Jaguar era el por qué se había embarcado en esa aventura bélica, a pesar de las evidentes complicaciones que aquello acarreaba. Me respondió: “yo soy de Piura y era muy pobre. Por necesidad viajé a la selva y allí fui captado por el Partido. Escalé tanto dentro de la organización y llegué a ser tan importante (a decidir entre la vida y la muerte de las personas), que comencé a soñar que el día que triunfe (el PCP), y por mi posición dentro de este, quizás el presidente Gonzalo me nombre Comisario de mi tierra, y que mi familia orgullosa me vea entrar desfilando con mi batallón a mi ciudad…”.
Traduciéndolo, Jaguar soñaba con tener poder; un poder al que nunca podría acceder desde la posición original en la que se encontraba, pero podía serle accesible a través de la consigna de la toma del estado peruano por las amas, a sangre y fuego.
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Ahora Jaguar es un hombre libre y los demás personajes de esta historia han tenido distinta suerte, aunque lo más seguro es que permanezcan en el escalafón de héroes anónimos que tiene nuestro país de la desmemoria.
Por ahora, los rezagos de esa época tan sangrienta sobreviven aquí en el VRAE. El camarada “José” y sus discípulos se mantienen alzados en armas porque hacer el mal también permite a acceder a cierta cuota de poder: tener esclavos, mantener en zozobra a las poblaciones, oponerse al desarrollo del estado. Se han hecho una excusa ideológica a la medida para traficar con droga, no solo por una cuestión de ideales, sino por la existencia de esa retícula que puebla la mentes de algunos hombres, que están dispuestos por vanidad a alcanzar un peldaño de la historia, aunque sea a través de mantener una violencia que algún día, será derrotada por la voluntad de todos los peruanos.
(*) Escritor y militar, el mayor EP Carlos Enrique Freyre lleva la literatura donde lo lleva el servicio.
Ahora Freyre sirve en el VRAE, donde a la par del cumplimiento de sus deberes de oficial, escribe notas, pensamientos y relatos sobre la intensa y conmovedora realidad que observa.
Son sus “Diarios de guarnición”, la columna que IDL-Reporteros publica cada 15 días.