Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2388 de la revista ‘Caretas’.
Lo llamaron ‘el caso de la cuenta en dólares’ y sucedió en 1977. Itzjak Rabin era primer ministro de Israel cuando, luego de un viaje a Washington se le descubrió dos cuentas en dólares, mancomunadas con su esposa Leah, que sumaban 10 mil dólares.
El caso es que entonces estaba prohibido en Israel mantener cuentas en dólares fuera del país. Rabin había sido embajador en Estados Unidos por varios años, con autorización para abrir cuentas, como lo hizo, y se había demorado en cerrarlas. Era, sin duda, una falta, aunque no grave. Sin embargo, Rabin decidió renunciar al cargo de primer ministro.
Esos eran, claro, otros tiempos. Israel era todavía una nación básicamente socialista, donde la igualdad, la sencillez y la austeridad eran virtudes requeridas y necesarias entre los líderes políticos, buena parte de los cuales aún provenía de los kibbutz, las empresas comunales.
Ahora, con un ex presidente de la nación – Moshé Katzav – en la cárcel, cumpliendo una sentencia de siete años por acoso sexual y violación; y con un ex-primer ministro, Ehud Olmert, condenado el mes pasado a ocho meses de cárcel por corrupción, resulta evidente que los tiempos han cambiado y que por lo menos parte del liderazgo israelí es intercambiable con el de otras naciones. Los jueces, en cambio, no.
No es necesario ser socialista para entender la importancia de la austeridad y la sencillez en el ejercicio del poder. Se trata, sobre todo, de un concepto republicano, el de un ciudadano igual que todos, investido por un tiempo con responsabilidades – es decir, con deberes antes que derechos.
José Mujica, el ex-presidente de Uruguay, lo entendió muy bien, aunque aplicó el concepto en forma típicamente radical. Mientras fue presidente, Mujica siguió viviendo en el modesto fundo donde él y su esposa hacían todas las tareas de la casa; y continuaron movilizándose en el hoy legendario Escarabajo VW de la década de los 80, que luego no quiso vender. Nunca llevó corbata (“una tela inútil” la llamaba), y a veces tampoco zapatos, como en una memorable ocasión en la que llegó a una importante ceremonia oficial con pantalón arremangado y sandalias. Las fotos mostraron que así como “el Pepe” no ponía particular atención en podar la hierba del fundo, también había olvidado, quizá durante toda la presidencia, de cortarse las uñas de los pies. Fue uno de los pocos presidentes del mundo al que su pueblo respetó y quiso mucho a pesar de tener las uñas largas.
Sería un error pensar que la imagen descuidada de Mujica reflejaba un pensamiento desprolijo o una personalidad desordenada. Más bien lo contrario. Provisto de citas de filósofos estoicos, Mujica representó, con registro propio, la tradición republicana de su país. Como mencionó en una entrevista, fue el gran presidente uruguayo José Battle y Ordóñez, creador de un Estado de bienestar a comienzos del siglo pasado quien dijo que “el presidente es igual que cualquier hijo de vecino”. Solo que con más trabajo.
Todos ellos entendieron que la verdadera distinción radica en la igualdad.
Hay otras formas, es verdad, de servir honesta y eficazmente en un alto cargo político. Lee Kwan Yew, el fundador y jefe de gobierno de Singapur, que condujo en forma frecuentemente controvertida, a su Ciudad-Estado a un progreso extraordinario, consideró que la mejor forma de combatir la corrupción en el Estado era reclutando a los mejores y pagándoles muy bien. El objetivo fue tener una isla limpia en cada sentido del término, especialmente en la ausencia de corrupción; y además, competente.
Como anotó un artículo de Time, “la idea de un país libre de corrupción en Asia fue, en los 60, una idea revolucionaria para los negocios”.
Lo hizo con mano dura, métodos pragmáticos y fobia a la hipocresía. Quizá no fue querido como “el Pepe”, pero sí muy respetado y exitoso.
«José Mujica fue uno de los pocos presidentes del mundo al que su pueblo respetó y quiso mucho a pesar de tener las uñas largas».
Fue un líder con claridad respecto de sí mismo: “No digo que todo lo que hice fue correcto –dijo– pero todo lo que hice fue por un propósito honorable”; un gobernante más bien conductista que supo equilibrar creativamente los estímulos positivos y negativos en la ardua tarea de llevar a una Ciudad-Estado diversa en razas, lenguas y culturas, a respetar y seguir los valores seculares que les permitieron no solo coexistir sin tensiones sino progresar espectacularmente.
Nosotros, que vivimos en democracia desde fines del año dos mil hasta ahora, ¿cómo comparamos con esos ejemplos? Bastante mal, ¿verdad?
El factor común entre los líderes que he mencionado es la claridad, una virtud mucho más importante que la llamada transparencia. Dicen lo que piensan y actúan lo que dicen. Conociendo la responsabilidad de cada día en la vida pública, se entrenaron intelectualmente y fortalecieron su carácter para resolver los inmensos problemas que enfrentaron. Lee Kwan Yew, el hombre de carácter acerado, lloró una vez, en público, cuando Singapur fue separada de Malasia, frente a las graves incertidumbres de un futuro que parecía oscuro y terminó brillante. De Itzjak Rabin se dijo que en la víspera de la guerra de los Seis Días, en junio de 1967, tuvo un quiebre nervioso. Rabin era entonces el general de más alto rango en Israel cuando lo que parecía una situación desesperada se convirtió en una victoria asombrosa. Mujica, el ex jefe tupamaro, padeció durante años los rigores de una carcelería extrema y emergió con el ánimo limpio y la capacidad intelectual intacta.
¿Qué tuvieron en común? Ausencia de hipocresía, poder intelectual, considerable fuerza de carácter, capacidad analítica y sentimiento muy fuerte de responsabilidad. Unos fueron más austeros e igualitarios que otros, pero todos fueron claros.
¿Quién se acercó aquí a esa altura de capacidad y compromiso con la nación en el siglo XXI? Es probable que Valentín Paniagua, pero su período fue muy breve. ¿Y en cuanto a capacidad intelectual? Entre los que quedan, el más culto y leído, además de conversador fascinante, es Alan García. Pero, si uno conversa o hubiera conversado con Rabin, Mujica o Lee, hubiera sabido en todo momento que lo que ellos decían y sostenían, era lo que pensaban y creían. Si uno conversa con García, ¿estará seguro de que lo dice es lo que piensa? Creo que no. ¿Lo estará el propio García? Me parece que tampoco.
Y en cuanto a sus propias acciones, incluyendo las lucrativas, y la capacidad de poder responder sobre ellas sin mentir y sin el auxilio de portátiles en el Congreso o en la calle. ¿Cuál de los presidentes vivos puede hacerlo sin que entren en epilepsia los polígrafos metafóricos? Aunque con grandes diferencias entre sí, me temo que ninguno.