Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2335 de la revista ‘Caretas’.
Hace un par de semanas publiqué aquí un artículo: “El coeficiente de intimidación”, que describía cómo medir indirectamente el poder a partir del mayor o menor eco que los medios daban a investigaciones periodísticas sobre diferentes sectores.
Como escribí entonces, “uno de los resultados colaterales de mi trabajo en el periodismo de investigación ha sido percibir empíricamente quiénes tienen más y quiénes tienen menos poder”.
Dicho poder era medible a través “de una suerte de coeficiente de influencia e intimidación”.
Y el testimonio de la experiencia fue que “cuando publicamos notas que involucran a los grupos económicos grandes, […] entramos en la zona del silencio, que va del simple al trapense”.
Pero, si como escribió Goethe, “toda teoría es gris, querido amigo, y verde el dorado árbol de la vida”, ¿puede suceder que la constatación directa de la experiencia encuentre también grisuras inesperadas cuando irrumpe el dorado y otoñal verdor de la sorpresa?
Mientras escribía ese artículo, una nueva investigación de IDL-Reporteros, sobre las AFP (“Fondos sin retorno”, de Luisa García Tellez), no solo se disparaba en lectoría y en movimiento en las redes, sino en la cobertura y el debate que se daba dentro de los propios medios, los mismos que habían seguido la proverbial trinidad del monito (no veo, no escucho, no hablo), cuando la misma publicación sacó, por ejemplo, “Cómo subsidiamos un oligopolio”, en abril de 2012.
Como escribió Roberto Lerner en un artículo (“Entre el silencio y el ruido”) sobre, precisamente, ese tema, publicado el viernes 16 pasado en IDL-R: “Más o menos los mismos actores, igual poder, diferente resultado: un caso en el que Occam permitiría complicar la teoría”.
(Espero no insultar su inteligencia con un poco de wikipedia express. Lerner se refiere probablemente a la explicación atribuida al gran William [o Guillermo de] Occam, de los siglos XIII y XIV, según el cual entre dos teorías “la más simple y suficiente es la más probable, pero no necesariamente la verdadera”).
La explicación de Lerner, informada, como indica, por el libro “The Human Brand”, de Chris Malone y Susan Fiske, establece algunas diferencias interesantes en la forma que la conducta y las acciones de determinadas instituciones y personas afectan la reacción colectiva (de la gente y hasta de los medios) frente a ellos.
¿Cuál es la diferencia de la reacción de la gente [y medios] frente a investigaciones sobre bancos y AFPs, que tienen fundamentalmente los mismos dueños?
“Cuando descubro un sistema que acrecienta asimetrías -escribe Lerner– y permite que […] ciertos actores económicos o políticos […] se la lleven fácil, sin dar a cambio lo que correspondería —al Estado, sus electores, sus clientes—, depende [de]:
a. Si […] mi percepción de ellos es que sus intenciones son benignas o no especialmente malignas, […] y me dan algo que antes no tenía, o no sufro hoy los resultados de sus acciones, puedo pasar el asunto por alto, más allá de la rabia o indignación iniciales.
b. Pero si se trata de pedantes, abusivos, desconsiderados, que maltratan habitualmente y, además, me meten la mano al bolsillo, […] sus ofertas se diluyen en futuros lejanos, las reacciones son intensas, sostenidas y acumulativas. Bajo el dedo”.
Bajo esa explicación, a. son los bancos y b. las AFP.
¿Conclusión de Lerner? “…las reacciones iniciales, el balance de fuerzas, depende no solamente del poder de un grupo y sus intereses, sino también de factores que tienen mucho que ver con la irracionalidad de la mente humana y su evaluación de tiempos, ganancias, pérdidas, espejismos, riesgos actuales y futuros, simpatías, mimos percibidos y lealtades”.
En otras palabras: aunque los bancos te hagan sufrir uno de los diez peores spreads del mundo (la diferencia entre lo que te pagan por tus ahorros y te cobran por su préstamo), y aunque algunos tipos de interés adelanten las fronteras de la usura, la gente aprecia las posibilidades que te abre esa combinación de posibilidad y lornería (llevarte la pantalla de plasma a la casa, comprarte el carro nuevo para hacer taxi, aunque el precio cuando termines de pagarlo sea más del doble de lo que cuesta al contado). Trinarán pajaritos preñados, pero se trata al fin de una canción.
En cambio, las AFP te sacan la plata quieras o no cuando eres joven y también cuando maduro, para, supuestamente, devolvértela cuando empieces el tránsito de la vejez a la decrepitud, y las vísceras prolapsen junto con las memorias. Y, claro, si entonces descubres que esos gatos gordos (ninguno de los cuales se llama Ántero) no te devolverán la totalidad de lo que aportaste, entonces sí que te molestas.
¿Es así? Se trata, sin duda, de una explicación atractiva y hasta convincente.
Pero, ¿anula la calibración del poder a partir del coeficiente de intimidación? Me parece que no.
Lo primero a tener en cuenta es que una investigación predica su eficacia en la fuerza narrativa y la claridad con la que emergen los contrastes morales, las iniquidades, abusos y vicios, sobre todo los que hacían daño permaneciendo ocultos hasta ser descubiertos.
Lo segundo es que esa narrativa debe llegar, con la mayor coherencia posible, al mayor número de gente dispuesta a escucharla, verla, leerla y comprenderla.
Eso, junto con una disposición que no siempre existe, requiere medios de comunicación, sobre todo si los que investigan son pequeños y los que son grandes no lo hacen.
Si esos medios son manejados por lobiístas de confianza y orientados por personas o grupos vinculados a, o que forman parte de los que se investiga, entonces la noticia de la investigación simplemente no saldrá o se tratará en forma tal como para provocar rubor hasta en un veterano de Pravda o Izvestia.
Si es así, ¿por qué se propaló tanto la investigación sobre las AFP? Creo que por las siguientes razones:
• Porque desató desde el comienzo una intensa participación en redes sociales, que a las pocas horas de su publicación fue rebotada por una importante edición web de un diario, un portal no menos importante y, sobre todo, por el grupo de ‘Exitosa’, que lo discutió en diario, y en la radio, a través de gente de opinión respetada. Con esa masa crítica, los otros medios tuvieron que entrar.
• Porque lo que la investigación sacó a luz era directo, muy fácil de entender, de evidente relevancia presente (te quitan una parte importante del sueldo cada mes) y futura (no te devolverán los aportes completos mientras vivas) para un número alto de gente. Los comentarios recibidos indicaban la indignación de muchos frente a lo que percibían como un abuso, un despojo legalizados. Las explicaciones de la gente de las AFP sonaron más falsas que un billete de trece soles.
«Otra enseñanza empírica entonces: el poder de censura y desinformación de la gran prensa lobiísta es mucho menor de lo que pudiera suponerse».
Otra enseñanza empírica entonces: el poder de censura y desinformación de la gran prensa lobiísta es mucho menor de lo que pudiera suponerse. Eso, de paso, fue lo que también constaté el año dos mil, frente a la maquinaria de prensa de Fujimori y Montesinos: parecía infranqueable, invencible y fue franqueada y vencida en la batalla de la información.
Pero, enseñanza final de este análisis de experiencia: superar el bloqueo informativo de la gran prensa desinformadora, es algo que no se puede hacer todos los días. Las notas de investigación deben ser poderosamente claras, inteligentemente simples y preferiblemente sintonizadas con un grado de interés personal de la gente, para poder llegar con fuerza a todos♦