Cuando una importante ciudad en robusto crecimiento resulta plagada por una agresiva criminalidad, las prioridades se reordenan muy pronto para la mayoría de sus habitantes. Recobrar la tranquilidad, combatir con éxito al crimen se convierte en prioritario.
Y si después de muchos intentos, varios excesos, corrupciones y no poca superchería policial, llega un grupo selecto de policías que busca servir al pueblo e incorporarlo en la lucha contra el crimen, y empieza a tener buenos resultados, ¿sorprende que la población cambie su actitud de desconfianza por una de afecto y agradecimiento? No. Y eso fue lo que pasó este año con el comando policial bajo el mando del general PNP Eduardo Arteta.
Los considerables éxitos de Arteta han tenido un temprano resultado. Ayer, pese a las protestas de la población organizada, el Gobierno lo removió de su cargo apenas siete meses después de tomarlo, aparentemente porque, según algunos dirigentes apristas locales, Arteta no colaboraba lo suficiente con ellos en la lucha electoral contra el alcalde no aprista de Trujillo, César Acuña.
El presidente de la República suele ser expeditivo a la hora de pronunciarse por la pena de muerte y los castigos draconianos contra los criminales, aunque sus declaraciones no tengan otro efecto que el retórico y la distracción respecto de otros temas.
Pero cuando un policía honesto y eficiente tiene éxito donde más se lo necesita, lo único a que atina García es a decapitar la gestión del general. Lo hizo aconsejado por Luis Alva Castro, cuya gestión como ministro del Interior fue de mala para abajo.
Así, para el pueblo trujillano quedó claro que para García y, sobre todo en este caso, Alva Castro no hay buena acción que quede sin castigo. Una gestión exitosa contra el crimen ha sido mutilada por un clientelismo y cálculo electoral elementales y más bien groseros.
Cuánto de daño se va a haber hecho a Trujillo al desmantelar la campaña de Arteta es algo que se verá en el futuro. Pero la decepción y el enojo de los miembros de las juntas vecinales ya es evidente. Para ellos, la corrupción y la delincuencia representan un peligro muy grande y muy real. Al perder a un grupo de buenos policías, el riesgo crecerá de inmediato.
Los cálculos electorales suelen hacerse para ganar votos y no para perderlos. Y me pregunto qué C.I. es necesario para entender que una medida que dañe la seguridad de los ciudadanos no va a ganar votos sino a perderlos.
Pero no solo es un caso de imbecilidad e incompetencia. Cuán encallecido hay que estar, cuán poco debe importarles la gente como para sabotear, con esa destitución de facto, lo que era una lucha exitosa contra el crimen.
Podrán hacer los psicosociales de poca monta que acostumbran, podrán mentir desde el moflete hasta el cachete, pero yo espero que la gente les haga sentir que no se los debe burlar en lo que hoy por hoy cuenta más, la lucha por librarse del miedo, por no ser víctima sino dueña de su destino.